Ayer descubrí que la mujer que limpia la calle de mi nueva casa, sostiene largas conversaciones con los árboles.
El día anterior, un árbol que se murió, ocasionó un tremendo alboroto en mi nueva calle: aplastó un carro, derrumbó cables de electricidad, dañó un transformador…
Tres cosas iban a suceder esa mañana. Me iban a conectar la luz en mi depa, tenía que ir a la agencia a hacer un estimado de daños de mi coche (esa, es otra historia) y el Municipio iba a podar los árboles de mi calle.
Yo leía a Villoro a las siete de la mañana, en las escaleras, casi en la banqueta. Esperaba la camioneta de la AEE. La mujer llegó sin que me diera cuenta, como llegan los gatos, como llegan los pajaritos o las lagartijas. O me llamó desde Las Vegas, y le dije que le encantaría estar conmigo leyendo en las escaleras, pero nunca se imaginaría el espectáculo que estaba presenciando.
Primero fue a ver el árbol caído, se agachó, puso sus manos en él durante largo tiempo. Hablaba un dialecto caribeño, no soy experto, pero podría ser Creolle haitiano, o papiamento. Hablaba suave, pero lo suficientemente alto para que tanto el árbol y yo la escucháramos.
A los árboles que iban a ser recortados en unas horas, también les habló y los acarició con sus manos negras, muy viejas. Los árboles le respondían agitando sus ramas, bañándola con una cuentas hojas.
Entonces Villoro narraba que Lichtenberg conoció a un indio canadiense, que cuando visitó París, alguien le preguntó qué fue lo que más le había gustado de la gran Ciudad Luz, si fueron los museos, las avenidas, los espectáculos; el indio respondió sin inmutarse que las carnicerías. Las carnicerías eran lo mejor de París.
La mujer besó al último de los árboles y comenzó a barrer la banqueta, justo cuando Lichtenberg aseguraba que los ritos de iniciación en Guyana le parecen dignos de más merecimientos que los exámenes para ser magistrado en Alemania.
La mujer se sentó a mi lado, a esperar que alguien le tirase unas llaves, y me dijo sonriendo, buenos días. Luego me preguntó que qué leía. Yo le dije que era un libro que me ayudaba a cambiar mis perspectivas.
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Presten antención a la melodía del día de hoy. Fue compuesta en 2006 para una de mis películas favoritas, Das Leben der Anderen (La vida de los otros); por el músico Gabriel Yared. Se titula "Die Sonate vom Guten Menschen" (Sonata para un buen hombre).
Como dijera Georg Dreyman, protagonista de la película: "Podría alguién que escuche esta música, alguién que la escuche genuinamente, continuar siendo una mala persona?".
Hay muchas sonatas, pero pocos buenos hombres.
Me encantó hijo, solo un buen hombre como tu podía escribir este blog.
ResponderEliminarLa melodía es un poco triste, pero muy sentida.
Te quiero mucho, mucho.