Sería casi la medianoche cuando me despertó el sonido de la danza. Un bailoteo ancestral. Quizá, la primera música que vio el Caribe, y también su primer danzante.
No sé cómo sucede, pero las grandes palmas marcaban el ritmo cual preciso instrumento de percusión. El viento era la voz. El gigante bailaba, yo lo miraba. Parecía usar una de esas grandes máscaras africanas, con palmas secas alrededor, profundos ojos negros y una gran boca abierta.
Durante las tardes Ody puede tomarse dos tazas de té mirándolo a él, a su gigante verde. Cuando Ody no está, yo lo miro, tratando de entender qué es lo que tanto le gusta de esta palmera, gigante y sola.
No sé si donde nace, eso ya es Villa Palmera. Sería curioso, porque es la única palmera que he visto en Villa Palmera. Más curioso, un barrio antiguo, musicalmente importantísimo. Ahí nacieron salseros mágicos, inolvidables. Me pregunto si ellos habrán visto la misma palmera, habrán visto danzar ese gigante hermoso.
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